Este miércoles 2 de abril del 2008 falleció en La Habana el Capitán de Navío Norberto Abilio Collado Abreu, quien sin proponérselo se inscribió en la Historia Universal como timonel del yate Granma, aquella suerte de cáscara de nuez en la cual viajó a bordo la libertad de Cuba, a finales de 1956.
Pobre y negro, y para peor nacido en el sureño y relegado poblado habanero de Batabanó, no tuvo más remedio que hacerse marinero en aquella Cuba que él y otros se empeñaron en cambiar a como fuera.
De inteligencia natural, ya alistado en la Marina de Guerra desde abril de 1941, fue de los pocos cubanos que tuvo el privilegio de enfrentarse al fascismo durante la Segunda Guerra Mundial.
Una hazaña marcó su vida el 15 de mayo de 1943, cuando como operador del sonar del buque caza CS-13, de la armada estadounidense, hundió al submarino nazi U-Boat 176, a la altura de la bahía camagüeyana de Nuevitas, en aguas del Atlántico, donde tantas naves fueron agredidas por esta embarcación alemana.
Entonces Collado recibió dos condecoraciones: una del Congreso de Estados Unidos y la otra del presidente cubano de turno, Ramón Grau San Martín.
Finalizada la contienda bélica en 1945, Collado recibió como premio un puesto vitalicio en la Policía Marítima, sin grado militar alguno. Pero al parecer es cierto aquello de que "la felicidad dura poco en casa del pobre".
En marzo de 1952 Fulgencio Batista dio el cruento golpe de Estado que cerró todas las puertas entreabiertas de una seudodemocracia Made in USA instalada en Cuba desde 1902, y Collado comenzó a conspirar contra la tiranía que de inmediato bañó en sangre a la Patria de Martí.
Juzgado en un Consejo de Guerra, fue sancionado a siete años de reclusión en el muy mal llamado Presidio Modelo, de la otrora Isla de Pinos.
Allí, aunque en pabellones diferentes, coincidió con los jóvenes asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, que el 26 de Julio de 1953, bajo las órdenes de Fidel Castro, reiniciaron la Guerra Necesaria proclamada en 1895 por el Apóstol.
Sin entrar en contacto con ellos, Collado supo de la dignidad, valentía, entereza y firmeza de ideales de este grupo de jóvenes de la Generación del Centenario Martiano.
Jamás olvidó la ocasión en la cual el tirano visitó aquellas instalaciones carcelarias, cuando fue recibido por estos combatientes con las notas de la Marcha del 26 de Julio.
Al igual que los moncadistas, Collado fue puesto en libertad gracias a la amnistía que en mayo de 1955 el régimen proyanqui de Batista se vio obligado a decretar, debido a las presiones populares.
De inmediato se personó en Nueva Gerona en la casa de uno de estos jóvenes, Jesús Montané Oropesa, y le dijo a sus padres que quería conocer a Fidel Castro para incorporarse a su lucha por la libertad.
Golpeado salvajemente por los esbirros batistianos poco después de ser liberado, Collado recibió órdenes de marchar hacia la hermana tierra mexicana, donde ya se entrenaban los futuros expedicionarios del yate Granma.
Participó en largas caminatas, prácticas de tiro, escalamiento de montañas y otras misiones, todo junto al resto de aquellos valientes, en medio del más riguroso clandestinaje, porque la tiranía batistiana los acosaba, incluso, en territorio de México.
Collado me contaba que al yate Granma lo vio por vez primera en la noche del 25 de noviembre de 1956, poco antes de la partida.
Recordaba que llovía a cántaros, tronaba incesantemente y el viento era de tormenta, hasta el extremo de que la navegación había sido prohibida por las autoridades portuarias de Tuxpan.
Pero Fidel dio la orden de zarpar y en ese mismo instante el maquinista de la embarcación, Chuchú Reyes, le dijo: "Arriba, Negro, que esto es tuyo… Tú eres el timonel del Granma".
Y ya no mediaron más palabras. Collado ocupó su puesto. Chuchú arrancó los motores. Levaron anclas y alguien expresó que seguramente "ese es el barquito que nos va a trasladar hacia el barco grande para irnos a Cuba".
Nadie imaginaba que en aquel diminuto yate de recreo, con capacidad para solo 20 personas, podrían agolparse 82 hombres con sus armas, alimentos, agua y combustible para la larga y riesgosa travesía, en medio de las siempre peligrosas aguas del Golfo de México.
Collado fue uno de los que entonó a voz en cuello las notas del Himno Nacional tan pronto se apartaron de las costas mexicanas.
Comenzaban a cumplir la promesa de Fidel al pueblo: "en el 56 seremos libres o mártires". Y la de su proverbial optimismo: "si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo".
Al amanecer del 2 de diciembre de 1956, cerca de playa Las Coloradas, próximo a Niquero, en la costa sur del oriente cubano, Collado recibió la orden de Fidel de poner proa rumbo a una línea de manglares que se divisaba, porque ya el combustible no daba para más.
Collado describió la travesía como "un infierno en la mar". Tenía que aferrarse duro al timón que ni una sola vez escapó de entre sus manos de marino bien preparado, y jamás olvidará cómo el Granma hundía su proa en las revueltas aguas y volvía a emerger, casi por puro milagro, gracias a que, eso sí, era un yate muy marinero, aunque no apto para transportar tanto peso.
Che Guevara dijo que el desembarco fue un verdadero naufragio. Y apenas 72 horas después, para colmo, se produjo el desastre de Alegría de Pío, cuando la soldadesca batistiana sorprendió a los expedicionarios en un montecito ralo.
Conminados a la rendición, Juan Almeida le respondió a los esbirros: "Aquí no se rinde nadie, cojones…" Y nadie se rindió. Muchos fueron vilmente asesinados por los sanguinarios esbirros. Otros lograron reagruparse días después junto a Fidel y Raúl. Y unos pocos cayeron prisioneros, entre ellos Collado.
Una vez más fue encerrado en las mazmorras de Isla de Pinos, donde permaneció hasta el 1º de Enero de 1959, cuando todos los presos políticos fueron liberados por los combatientes del Movimiento 26 de Julio.
Ya en La Habana, lo primero que hizo Collado fue localizar el sitio donde se hallaba el yate Granma, que había sido parcialmente destruido por la tiranía.
Incorporado a la Marina de Guerra Revolucionaria, Collado desempeñó varios cargos y cumplió diferentes misiones, hasta que en 1981 fue designado para que se encargara de la custodia del yate Granma, ya en esa fecha atesorado en el Memorial, que se levanta al fondo del antiguo Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución.
Hasta su lamentable deceso este miércoles 2 de abril del 2008, el Capitán de Navío Norberto Abilio Collado Abreu se encargó de que el Granma se mantuviera intacto, para que las actuales y futuras generaciones pudieran apreciar que es posible iniciar una Revolución grande desde una embarcación tan pequeña, siempre que existan voluntad e ideales.
Collado afirmaba con legítimo orgullo: "El Granma es mi barco; lo quiero como si fuera uno más de mi familia…"
Sin embargo, siempre sacaba algo de su tiempo para acudir al Caserón del Tango, en las calles Baratillo y Jústiz, en la colonial Habana Vieja, pues era un amante de la música rioplatense y admirador de Carlitos Gardel, incluso desde mucho antes de estrechar relaciones con el Comandante Ernesto Che Guevara.
Cremados sus restos mortales por decisión familiar, reposan ahora en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Cementerio de Colón, hasta que sean trasladados definitivamente al Mausoleo erigido en tierras del II Frente Oriental Frank País, donde descansan otros combatientes de la última y definitiva gesta libertaria, que gracias a hombres y mujeres como Collado, que navegan eternamente entre los imprescindibles, es y será irreversible.
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