En comparación con las penurias del llamado “periodo especial”, la situación económica de Cuba ha mejorado sensiblemente y la economía crece, a pesar de las dificultades, aunque ese crecimiento se refleje muy poco en la vida cotidiana de la mayoría de la población. Por ejemplo, los cortes de luz, que eran constantes y larguísimos, se han reducido mucho; el transporte colectivo urbano mejoró, y la alimentación también, pero la comida no es muy variada, es cara y en buena parte debe ser pagada en el peso convertible cubano. Sin embargo, servicios públicos esenciales que fueron de calidad, como la salud pública y la educación, se han deteriorado y en la actualidad son blanco de muchas críticas en la isla y, sobre todo, la corrupción y el robo de los bienes del Estado (es decir, de todos), lejos de reducirse han aumentado porque los salarios son cada vez menos suficientes para hacer frente al aumento del costo de la vida y subsisten las trabas a la autorganización de iniciativas populares que permitan reducir la escasez.
Por consiguiente, son reales muchos de los problemas que enumera el artículo de Samuel Farber (“La vida después de Fidel”), publicado en la revista Sin Permiso el 18 de mayo y, grosso modo, también tiene asidero su visión de las cuatro corrientes político-ideológicas predominantes en estos momentos en la dirección del partido y del Estado cubanos, a las que él define como neoliberales, “comunistas de mercado”, partidarios de la aplicación en Cuba de un sistema sinovietnamita (control férreo de un partido único sobre una economía de libre mercado) y un puñado de los llamados “talibanes” o “huerfanitos” ligados a Fidel Castro y a una política voluntarista de lucha burocrática contra la burocracia y de medidas administrativas estatales contra los vicios que resultaron o resultan del sistema.
Pero aunque sacarle una fotografía a la realidad cubana sea muy útil, mucho más importante es colocar esa realidad en la dinámica de la economía mundial y tratar de asir, de aprehender, las corrientes poderosas pero poco visibles que se expresan en lo profundo de la sociedad y no en los sectores dominantes o sólo indirectamente en éstos. O sea, la tendencia no revolucionaria o potencialmente contrarrevolucionaria alimentada por el descreimiento en la revolución de parte importante de la juventud urbana, sobre todo habanera, que está compuesta por una polvareda de lumpen, de pequeños delincuentes, de gente que considera normales los fraudes y los arreglos de todo tipo, y tiene como meta conseguir dinero de cualquier modo y como lema: “primero yo”. Y, en la vertiente opuesta, la tendencia revolucionaria, socialista, democrática y, en los hechos, autogestionaria, que existe en capas juveniles y minoritarias de los intelectuales y defiende a capa y espada las conquistas de la revolución (la dignidad y la independencia de los cubanos, el sistema educativo y sanitario, la democratización social con la incorporación de los negros, las mujeres y los pobres en general, el internacionalismo).
El aumento del costo mundial de los alimentos y del petróleo se sentirá cada vez más con mayor fuerza, ya que las medidas que se adoptaron para paliar este problema (como la entrega de tierras y apoyos a los campesinos o las exploraciones petroleras) no darán frutos en el corto plazo y además los ingresos por concepto de turismo, que sirven para pagar las exportaciones, se reducirán, porque la crisis económica afectará el poder adquisitivo de las capas más pobres de turistas de las clases medias europeas y canadienses, y encarecerá los viajes en avión a la isla y los productos de consumo que debe comprar la hotelería cubana.
El crecimiento de la economía cubana será afectado, las necesidades sin satisfacer persistirán, y con ellas subsistirá la tensión política y social que la apertura relativa a los sectores que reciben dólares de los emigrados (poder viajar, comprar electrodomésticos, ir a hoteles de lujo) no podrá calmar, ya que ni los pobres urbanos, los lumpenes ni los estudiantes e intelectuales radicales se cuentan entre los beneficiarios de esas medidas distensivas.
Además, Cuba no tiene, como China o Vietnam, una enorme masa de mano de obra barata disponible. La de la isla es escasa y debido a lo obsoleto del equipamiento industrial y agrícola es relativamente cara y tiene baja productividad, aunque tenga alta creatividad potencial y buen nivel cultural, y el país no es rural sino que 75 por ciento de su población es urbana.
La gente común (sobre todo los jóvenes que entraron en la pubertad en los años 80) se ha formado en la crisis y en la escasez durante más de 20 años y deberá seguir remando con gran esfuerzo contra la corriente. El efecto sicológico y político de este hecho es y será enorme, y tiende a polarizar más la sociedad entre el ala desesperanzada u hostil y la que busca una renovación radical, aunque en el centro, entre los burócratas, los miembros del partido y los intelectuales (es decir, en las capas privilegiadas y dominantes, incluyendo en éstas a los miembros del partido en uniforme que aunque forman un grupo particular también tienen diferencias internas), se muevan las tendencias que apunta Samuel Farber.
Pero lo importante es que en Cuba la protesta estudiantil y la de los intelectuales no es igual a la que existió en su momento en la Unión Soviética o en Checoeslovaquia, pues es liberalizadora, potencialmente libertaria, no neoliberal, y tiene fuertes elementos democráticos y autogestionarios que aparecen esbozados en artículos de importantes revistas cultural-políticas. Lo importante es también que el pueblo cubano se formó en grandes experiencias políticas, aunque con una dirección que parecía omnipotente porque se apoyaba en ese consenso siempre renovado. Y lo importante, por último, es que la crisis de desarrollo, en todos los sentidos, que encara Cuba, tiene lugar cuando hay en América Latina un entorno favorable y una crisis profunda del enemigo imperialista. Todo está en juego.
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