Entrevista concedida por el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, para el último número de la revista TEMAS, presentado el pasado 16 de abril
Por AURELIO ALONSO TEJADA
J aime Lucas Ortega Alamino fue ordenado obispo en 1978, y en 1982 asumió el Arzobispado de La Habana. Todo este tiempo ha estado a cargo de la Arquidiócesis capitalina y, dentro del período, trece años como Cardenal, además de Arzobispo. Como es sabido, la jerarquía cardenalicia no constituye un escalón en la autoridad pastoral, puesto que cada obispo o arzobispo responde solo ante el Papa por la administración de su diócesis o su arquidiócesis. Pero tampoco es una distinción meramente formal, ya que la pertenencia al Cónclave, la facultad de elegir .y la posibilidad de ser elegido. al trono de San Pedro, y la cercanía al pontífice, le otorgan
a esta dignidad un rango efectivo dentro de la comunidad católica.
En la historia precedente de nuestra Isla, la dignidad cardenalicia fue concedida, por vez primera, en la persona de Monseñor Manuel Arteaga Betancourt, en 1945, por Pío XII, quien la caracterizó como «una púrpura romana llamada a ser ornamento de su Patria, de las Antillas y de toda la América Central»,1 por ser la primera que recibiera la sub-región. Después que falleció Arteaga en 1963, año en que murió también el papa Juan XXIII, en los tiempos en que se celebraba el Concilio Vaticano II, habrían de transcurrir más de tres décadas para que Juan Pablo II decidiera volver a crear un cardenal cubano.
Antes de recibir el capelo cardenalicio, Ortega desempeñó un papel señalado en las acciones más importantes desplegadas en el seno de la Iglesia, comenzando por la coordinación del proceso de reflexión eclesial que se inició desde las diócesis cubanas y culminó en el Encuentro Nacional celebrado en 1986. El «Documento final» de aquel Encuentro constituye la declaración más integral y relevante, en muchos sentidos, del catolicismo cubano, en términos de reflexión crítica y esclarecimiento de proyecciones.
Entre otras iniciativas desarrolladas por el Cardenal Ortega, debemos considerar el reforzamiento de las vicarías episcopales y de la organización del laicado, el espacio reconocido a Caritas en el mundo de las asociaciones no gubernamentales cubanas, la implementación de proyectos pastorales creativos, y las acciones desplegadas desde aquellos años para propiciar la visita del Papa a Cuba.
El Cardenal Óscar A. Rodríguez Madariaga, Salesiano de Don Bosco, con quien compartió responsabilidades como vice-presidente en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) durante los años 90, en el prólogo que redactó para la recopilación de los trabajos de Ortega, lo define como «un hombre que edifica la constitución jerárquica y orgánica de la Iglesia».2
El alcance de su presencia pastoral se potencia, en la Arquidiócesis de La Habana y en toda Cuba, ya como Cardenal, a partir de 1994. No se puede omitir que se producía, a partir del IV Congreso del PCC en 1991 y de la Reforma Constitucional de 1992, un nuevo marco para la articulación del hecho religioso, y de las iglesias, denominaciones y entidades representativas de los diversos sistemas de creencias presentes en la sociedad cubana, con la institucionalidad socialista.
El Cardenal Ortega Alamino tuvo un papel protagónico en la preparación de la visita de Su Santidad Juan Pablo II a Cuba, en 1998. A continuación ofrecemos al lector sus respuestas a las preguntas que le formulamos para su publicación en Temas.
Aurelio Alonso: La XXXI Asamblea del CELAM, del 10 al 13 de julio de 2007, celebrada por primera vez en La Habana, ha sido un acontecimiento relevante para la región y para Cuba. Desde su perspectiva, ¿cuál fue la significación de este evento y los problemas más importantes que abordó?
Cardenal Jaime Ortega: La Reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), que reúne a los obispos presidentes de las Conferencias de Obispos Católicos de los países de América Latina y el Caribe, y otros delegados de cada país, tuvo lugar en La Habana poco tiempo después de haberse celebrado en Aparecida, Brasil, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que dejó un documento de análisis y reflexión capaz de inspirar y favorecer la acción de la Iglesia en cada país de nuestro continente latinoamericano y del Caribe en los próximos años. La reunión de La Habana no tendría, pues, una función orientadora diversa, sino que era convocada para hacer el balance de la gran reunión continental de Aparecida y elegir la nueva directiva del CELAM, incluyendo al Presidente y al Secretario General. Era la primera vez que una reunión de este género se celebraba en Cuba. Hay otros países de América Latina que no han tenido aún esta oportunidad. Para los obispos de Cuba, era una ocasión para que nuestros hermanos vieran de cerca a nuestra Iglesia. Para los obispos de los países de nuestra área eclesial, encontrarse en Cuba constituía también una posibilidad extraordinaria de entrar en contacto con la realidad eclesial cubana, singular en nuestro continente, por haber desarrollado su acción pastoral, durante casi cincuenta años, en un país socialista, donde surgieron dificultades graves al inicio del proceso revolucionario, sobre todo cuando el tratamiento de la cuestión religiosa estuvo bajo el influjo de la extinta Unión Soviética. Siempre el CELAM siguió con interés los vaivenes de nuestra situación y de su más reciente evolución positiva. En La Habana los obispos latinoamericanos pudieron constatar cuánto se había avanzado en este camino y las limitaciones que aún persisten; también pudieron comprobar que en Cuba hay una Iglesia viva que mira con esperanza hacia el futuro.
Un momento de particular interés fue la reunión sostenida con altas autoridades del país en la recepción que se ofreció en la Casa San Juan María Vianney. Se encontraban presentes el vicepresidente Carlos Lage, el miembro del Buró Político Esteban Lazo, el ministro de
Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque y otros ministros del gobierno. Fueron casi dos horas de un fructífero intercambio de opiniones en el que participaron los cardenales Óscar A. Rodríguez Madariaga, Julio Terrazas y Francisco Javier Errázuriz, de Honduras, Bolivia y
Chile, respectivamente, y Monseñor Ubaldo R. Santana Sequera, presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela, junto con varios obispos de Cuba, y el señor Nuncio Apostólico. Temas como la atención religiosa a los estudiantes latinoamericanos en Cuba, la presencia médica cubana en América Latina, la atención religiosa a las cárceles y el trabajo de Cáritas fueron abordados con mucha claridad, y tratados de manera muy positiva.
El balance final de la reunión del CELAM en La Habana fue satisfactorio. Un único acuerdo que tiene gran trascendencia para el futuro inmediato de la acción pastoral de la Iglesia en el continente fue el de comenzar desde 2008 una gran misión continental que cada país organizará según sus posibilidades.
A. A.: Entre los asuntos no resueltos que el Papa Benedicto XVI ha identificado en el mundo actual se destacan las «desigualdades, la creciente pobreza, la explotación de la tierra y de sus recursos, el hambre, las enfermedades, los choques de culturas». ¿Se pronuncia el CELAM por el apoyo a los proyectos de equidad, justicia social, soberanía efectiva y vindicación de las identidades autóctonas emergentes en la región? ¿Cómo se coloca respecto al rumbo de procesos políticos como los que se desarrollan en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua?
C. J. O.: La Iglesia no dispone, en su modo de expresar los males y las consecuencias tremendas que acarrean a la humanidad, de las probables soluciones para ellos; no tiene un modo homologable al de grupos como los partidos políticos, movimientos con una u otra ideología. Su manera propia se basa en el enfoque ético, buscando soluciones que pasan por la vía de inquietar a los seres humanos responsables de esas situaciones, para detectar los problemas y darles solución, porque así lo reclama el deber de servir a la humanidad, pidiendo que todos participen en estas soluciones, incluidos los afectados. Este punto de vista ético se inspira en el mensaje del evangelio de Jesucristo. De manera que la Iglesia no apoya este u otro proyecto político. Su visión del mundo, de la historia, de los acontecimientos, se basa en el mensaje profundo de transformación del corazón del hombre que Jesucristo le ha dejado, en su experiencia milenaria, y según una ética que emana de aquí y pide ponerlo en práctica. No apoya proyectos concretos, sino habla siempre del alma de los problemas, de las soluciones probables a partir de una conciencia clara del deber del ser humano de enfrentar estas miserias del hombre.
Por ejemplo, en Cuba hubo una reforma agraria que era necesaria. La Iglesia, en su momento, al principio de la Revolución, se declaró muy partidaria de esa reforma como concepto, en cuanto a la necesidad de transformar la distribución de la propiedad de la tierra, que fuera más extendida a otros sin acceso a ella. Esta posición se apoya en los principios de un comportamiento correcto respecto al dominio del hombre sobre la naturaleza, que provienen del mensaje cristiano, y al mismo tiempo, de lo que humanamente se concibe como justo y bueno; y la Iglesia lo proclama. Ahora bien, el modo en que se hizo la reforma agraria, o en el que puede haber derivado, las maneras concretas de hacerla en la práctica, de acuerdo con ciertas maneras de pensar, con ciertos criterios de juicio, no tuvo el mismo apoyo, porque la Iglesia no se va a asociar nunca con ningún proyecto, no solamente porque sea político o no, sino porque cada uno puede estar
inspirado en determinadas maneras de pensar, y pueden ocurrir añadidos, o faltas, o deficiencias, que no lo hacen nunca perfecto, como toda cosa humana. Lo que la Iglesia propugnará será siempre ese bien total del hombre, concebido como tal, y después realizado de
algún modo.
Eso significa que no hay nunca un apoyo, una identificación con cualquier tipo de proyecto; es la distancia propia que guarda la Iglesia, aunque muy comprometida con las realidades. Por ejemplo, lo que ha hecho y está haciendo en África en cuanto al SIDA incluye tratar de producir medicamentos a bajo costo para las personas que normalmente no tendrían acceso a ellos, el cuidado de los huérfanos, todo esto es una empresa grandiosa que se realiza en consonancia con los esfuerzos de organismos de Naciones Unidas, países o grupos de países que tratan de ayudar; siempre de acuerdo con todo el bien que se puede hacer, pero con una perspectiva muy universal, sin asociarse a un proyecto totalmente, sino teniendo como punto de vista el concepto claro de lo que quiere el Señor y nos lo expresa en el Evangelio, y de lo que reclama la naturaleza del hombre, la justicia, la verdad, y el bien.
A. A.: Ahora que usted introduce ese elemento, ¿esa diferencia, que no impide una compatibilidad de proyecciones, se podría relacionar con el concepto de equidad?
C. J. O.: Pues sí. El laicismo bien entendido, tal y como se ha ido logrando en las sociedades occidentales, es una necesidad y un bien para el mundo y para la Iglesia. Hay una serie de responsabilidades del hombre ante la gestión de los asuntos de este mundo, que es responsabilidad de la justicia, como dijo el Papa en su encíclica, la primera de su pontificado, Dios es amor. Él dice: «la justicia, el desarrollo de la justicia social, y la justicia misma en todas sus manifestaciones, es algo que compete a los gobiernos y que compete a las estructuras de la sociedad». Así es. Pero también la Iglesia tiene una palabra que decir respecto a si falta esa justicia, si se comete una injusticia en el tratamiento de un problema; o sobre el modo en que se está tratando de hacer justicia a unos o a otros, aunque sin intentar desempeñar esa función de
establecer la justicia en el mundo. En eso consiste el sano laicismo. No es tanto el apoyo a proyectos específicos de equidad, sino a la equidad como tal, a la justicia social, pues toda la doctrina social de la Iglesia se basa en ese principio; apoyo a que exista una soberanía efectiva, a que no solo sean respetadas las comunidades autóctonas de América Latina, sino que puedan participar plenamente de la vida civil, con todos sus derechos.
Siempre la Iglesia hablará sobre principios, y los enunciará, como ha hecho hace poco en Aparecida. No es necesario reiterar esta idea en cada declaración, en cada conferencia o reunión .y quizás me estoy adelantando a otra pregunta suya. Sobre el tema de la pobreza, por ejemplo, el Papa ha dicho en Aparecida: «La opción preferencial por los pobres es algo inherente a la Iglesia católica». Resulta inherente porque desde que entró Jesucristo en la historia de la humanidad, esta preocupación por el pobre ha quedado clavada en el corazón del mundo, primero del occidental, y después, de todos los pueblos, y permanece en los siglos sucesivos. Por ejemplo, San Francisco de Asís, que se hace pobre siendo un hombre de buena posición y recorre, vestido con un sayal y descalzo, todo aquel mundo de la época, no quiere que sus frailes tengan propiedades y se propone redimir a toda aquella gente humilde que encuentra en su camino, y estremece a la Iglesia entera. Estos son los verdaderos profetas, los que están conscientes plenamente, y se convierten en símbolos para la humanidad, del llamado de Jesús a que los pobres tengan un lugar preferente.
A. A.: Eminencia, ¿ha vuelto a haber un San Francisco de Asís en la historia de la Iglesia?
C. J. O.: Ha habido un San Vicente de Paúl, así como una Teresa de Calcuta, a quien tuve la dicha de conocer y de tratar, y conservo aquí su carta, donde me pide traer sus hermanas a Cuba, un documento tan hermoso de su puño y letra, escrito por ella a mano, que guardo en el archivo aquí en el Arzobispado. Gente como ella ha estremecido la conciencia del mundo. Cuando uno ve el documental de la Madre Teresa, caminando por las calles de Calcuta, y tratando de fundar dondequiera, en un techo que le den, en un lugar donde la gente, esos enfermos abandonados, pueda morir con un poco de dignidad. Algunos en la India se quejaron, por «la imagen que está
dando de nuestro país». Pero ella estaba estremeciendo al mundo entero. Su misión no era enrostrar a las autoridades que no se ocupaban de aquella situación, jamás estuvo esa idea en su mente, sino servir y dar el testimonio de lo que hace de verdad alguien que cree en Jesucristo. Esa postura de la Iglesia puede resultar muchas veces incomprendida, como en el caso de la Madre Teresa y de San Francisco; siempre habrá incomprensión o sorpresa.
Aquí en Cuba, hablando con altos funcionarios del Estado, he expresado que quien introduce en el mundo esta idea, que se vuelve como una espina en el Corazón, de que no podemos olvidar a los pobres, es Jesucristo. Toda la preocupación por redimir a los humildes que surge en el mundo occidental, incluso las revoluciones, tienen como antecedente ese mundo judeocristiano, sin excluir el propio marxismo, nacido como una secularización o derivación de esta idea.
A. A.: En la médula del marxismo está esa gran preocupación por los pobres.
C. J. O.: Justamente en ese mundo occidental cristiano surge ese pensamiento. Por eso la Iglesia dijo, por boca del Santo Padre, en Aparecida, que la opción preferencial por los pobres es inherente a la Iglesia católica.
A. A.: Precisamente en esa línea que usted menciona, quisiera que habláramos de Cuba. Desde 1969, la Iglesia cubana asumió una postura opuesta al bloqueo impuesto por los Estados Unidos a nuestro pueblo. La agresividad de Washington hacia Cuba se ha extremado en los últimos cinco años. ¿Aceptaría que esa situación podría reclamar una actualización de la postura de la Iglesia que fuera más allá de la ratificación de la pastoral de 1969?
C. J. O.: La Iglesia hizo primero aquella carta pastoral conjunta de los obispos, deplorando y rechazando claramente ese bloqueo económico a Cuba. En alguna ocasión lo ha vuelto a repetir. Y cuando el Papa Juan Pablo II termina su visita, en 1998, y se despide en el aeropuerto de La Habana del pueblo cubano, dice que condena las medidas injustas y éticamente inaceptables que se aplicaban a Cuba. Esa declaración queda como una reafirmación de todo lo que la Iglesia cubana ha dicho. Pero no se trata solo de la Iglesia de Cuba. En documentos de la Conferencia Episcopal norteamericana se ha expresado un rechazo, un desacuerdo claro con esa política.
Normalmente, la Iglesia no martilla sobre ciertas cuestiones. Hay un valor perenne de esa actitud, avalado por el modo en que, en los organismos internacionales, en Naciones Unidas, a través de su embajador, su Nuncio ante la ONU, ha hecho siempre una crítica a todo bloqueo. Hay un principio en la Iglesia de que todo bloqueo es criticable, por tratarse de un mecanismo de violencia que afecta a los pueblos, una violencia impuesta, al cercarlos. Es una posición tan antigua, que incluso cuando la metrópoli española gobernaba, y el contrabando estaba muy extendido en Cuba, había una conciencia muy clara en la Iglesia, que nunca hizo declaraciones en oposición del contrabando, sino que, muchas veces tuvo como postura que el derecho a vivir, comer, negociar, es un derecho de la gente, un derecho natural de las personas. Coartar ese derecho a vivir, comer, desarrollarse, tener lo necesario para la subsistencia y algo más, para una
vida digna, es algo a lo cual la Iglesia se opone siempre. Así como no apoyamos proyectos concretos, ni repetimos continuamente la opción por los pobres, la Iglesia tiene una actitud coherente, la misma siempre y en todo lugar, con esa unidad que le es propia, acerca de
este bloqueo y de cualquier otro. No hay necesidad de repetirlo a cada momento.
A. A.: Muchos observadores hemos apreciado signos recientes de un mejor entendimiento entre la jerarquía y las instituciones católicas cubanas, de un lado, y las autoridades políticas, del otro. ¿Es esta una apreciación justa? ¿En qué consisten las mejorías y de qué parte han provenido las iniciativas? ¿Las estima como coyunturales o ve en ella los signos de un avance estable y duradero?
C. J. O.: Hay buenas relaciones, tal y como se han planteado hasta este momento, aunque pueden mejorarse, con un grado de mayor apertura para la Iglesia. Me refiero, por ejemplo, a los medios de comunicación. Los obispos han tenido posibilidad de hablar por radio en varias provincias de Cuba con motivo de la fiesta de la Virgen de la Caridad, la Semana Santa, la Navidad; eso ha sido muy bueno y yo lo apoyo, pues las cadenas provinciales de radio tienen muchos radioescuchas. Habría que pensar, en el futuro, en algún programa que se trasmita no solo de modo eventual, sino con una frecuencia en el tiempo, mensual o semanal. En cuanto a las publicaciones de la Iglesia, que se han venido difundiendo durante años, con una expresión clara de sus ideas y de su contenido espiritual, es conveniente que puedan registrarse, para que no solo se admita que circulen, sino lo hagan de acuerdo con la ley establecida.
A. A.: Numerosos cubanos, hombres y mujeres, consideran los derechos reproductivos de las mujeres y la libertad de orientación sexual de ambos géneros como conquistas sociales apreciables. ¿Qué les diría a esos ciudadanos cubanos que honestamente comparten y defienden esas ideas y valores?
C. J. O.: La doctrina de la Iglesia al respecto es muy clara; aparece en los documentos pontificios, en encíclicas papales, declaraciones, estudios, y otros textos. El fundamento de la Iglesia respecto al comportamiento humano, desde la época de los inicios del cristianismo, es «la ley natural». Cuando el cristianismo llega al mundo grecolatino, encuentra una moral aceptada, considerada propia del ser humano, un modo de ver la vida, la muerte, la familia. Pero la fe en Cristo identifica motivaciones nuevas para vivir, ver el mundo y la historia. Según lo que el hombre es, como ha salido de las manos del Creador, en tanto hombre y mujer, así debe ser su comportamiento. Todo lo que no corresponda a su ser humano es deshumanizante, insuficiente, excesivo, o rebasa lo que hace al ser humano crecerse en sí mismo. Esa moral natural consiste en verlo en su realidad y respetarlo como es. En La Biblia se expresa desde el relato de la creación, una alegoría maravillosa que no se debe tomar como la crónica de un hecho que alguien escribió o filmó, sino como un pensamiento profundo inspirado por Dios sobre el origen del hombre. «Al principio, los creó Dios hombre y mujer, a imagen de Dios los creó». En esas frases hay una extraordinaria visión del hombre, quien fue hecho a imagen de Dios y lleva su sello en sí mismo; así como de la mujer, creada como su compañera, no su esclava. Ellos no se asemejan a los animales en su comportamiento, en la vida amorosa, sexual, ni en la irracionalidad y la violencia. En medio de aquellos animales que pueblan el Paraíso, el hombre cae en un gran sueño, y de su costado saca Dios a la mujer y se la entrega: «esta es carne de tu carne y hueso de tus huesos».
Es el segundo relato de la creación narrado en el Génesis, donde se aprecia, por encima de todos los animales, la grandeza del hombre, quien domina sobre todo lo creado y puesto bajo sus pies. Dios le dice: aquí tienes a alguien como tú, sacada de ti, igual a ti; pero totalmente complementaria. He ahí el significado de la condición de hombre y mujer. A partir de esta revelación, y de la ley natural, ellos se unirán, serán una sola carne, de donde nace la familia. Al unirse, dejan a sus propios padres, que también son amores, por otro amor que lleva su dignidad a un alto grado.
Gracias a los avances de la ciencia, en el campo de lo que se llama la biotecnología, el hombre ha podido descubrir cómo interferir en el campo de la vida, no solo con elementos materiales, mecánicos o químicos, sino incluso con su propia observación muy personal; y ha descubierto que puede controlarla, hacer que no nazca en el seno materno, y bloquear la fertilidad tanto en el hombre como en la mujer. En esto ha habido abusos tremendos, se han utilizado medios químicos, píldoras, cuyos efectos nocivos se han comprobado después. Pero también métodos naturales que el hombre ha descubierto, siguiendo una serie de pasos simples, accesibles a cualquiera, que permiten espaciar los nacimientos, buscar el momento apropiado para tener un hijo. La Iglesia no se opone a este último método. En el Concilio se habló de paternidad responsable con respecto a los hijos que se tienen, del momento en que se conciben. Pero junto con esta práctica puede surgir una decadencia que influya en una convivencia sexual transitoria, simplemente placentera, por puro gusto, en uniones de corta duración, momentáneas, y se utilice el método mecánico o químico más fácil para impedir nacimientos. Esa no resulta una paternidad responsable, sino un abuso del sexo y una desnaturalización de lo que debe ser la vida del hombre y la mujer.
Conozco parejas que han usado métodos naturales, han elegido cuándo tener hijos, y han tenido uno solo. Pero hasta esos métodos naturales pueden ser abusivos, pues no se les debe usar para tener un solo hijo. Fíjese en el problema de baja natalidad existente en Cuba ahora, porque las mujeres no tienen los hijos necesarios para el recambio y crecimiento normal de la población, y tenemos ahora una población envejecida. Ha habido teorías como las maltusianas, que en el fondo son tremendamente liberales y racistas, porque se dirigen a controlar pueblos que crecen desmesuradamente, como solución para la falta de comida en el mundo, para poder sobrevivir.
Esas tesis han fallado, pues se puede apreciar que los países cuya población ha crecido enormemente, como China o la India, tienen ahora un enorme desarrollo, justamente por disponer de una gran población joven.
A. A.: ¿Entonces esos métodos naturales interfieren también con la ley natural de la vida?
C. J. O.: Efectivamente, hasta estos métodos pueden interferir en el designio de la vida y de Dios. Lo natural puede tener una cierta moderación o control natural, pero sin excluir el aspecto humano, el pensamiento, la intención. Aunque se trate de un método natural, el hombre limita lo humano cuando dice «yo quiero una familia con un hijo». Su intención no cumple el plan de Dios, que es fundar una familia, donde su hijo pueda tener la posibilidad de un hermano. La Iglesia no pide un concepcionismo a ultranza, sino solo un respeto a lo natural. Cuando se deriva hacia otros problemas más graves, como la coexistencia de varias parejas o el intercambio de parejas, se entra en una especie de juego sexual que contradice lo natural. Respecto al homosexualismo, la Iglesia ha dicho muy claramente que está contra la discriminación, la falta de consideración, todo lo que haga que aquel o aquella que tenga una orientación homosexual, no pueda realmente gozar de una vida normal en la sociedad, con acceso al trabajo y el respeto que merece toda persona. Pero esta postura no implica aprobar lo que se ha dado en llamar el matrimonio
gay. Lo primero es que existe una contradicción en los términos, pues si gay identifica a personas de un mismo sexo, no podría haber entre ellas matrimonio propiamente, ya que el prefijo matrix viene de madre, lo que supone hombre y mujer. Pero es más que una cuestión semántica o de lenguaje; porque facilitar una unión de parejas de hombres o de mujeres, como si fueran similares a la de un hombre y una mujer, olvida que carecen de posibilidades de procreación, de fundar familia. Resulta impensable adoptar un niño para criarlo así, con los problemas psicológicos que trae la crianza sin el afecto materno o paterno, o el que suplen en la familia los abuelos y tíos, las madres y abuelas, cuando el padre o la madre faltan por orfandad o divorcio. Si no hay este reemplazo, se presentan problemas psicológicos en la mayoría de los casos.
A. A.: Discúlpeme, Eminencia, ¿usted se refiere al problema afectivo o al natural? Porque hay ejemplos de parejas gays que han adoptado niños y los han criado con éxito. ¿No precia usted diferencias entre un plano y otro?
C. J. O.: Los planos no son distintos. El amor humano es, ante todo, afectividad y ejercicio de la sexualidad en sus funciones normales; no son separables. Igual que no puede haber sexo sin amor, ni amor sin sexo. Cuando en una pareja que ha contraído un matrimonio católico ocurre que no hay sexo por incapacidad entre ellos, esta unión carece de valor y queda anulada inmediatamente por la Iglesia. Hace falta no solo educación sexual, sino sobre todo educación para el amor, que es mucho más. La primera se consigue mediante una clase de biología, donde se describan órganos y funciones. Pero en la casa se debería enseñar primero una educación para el amor entre los padres; así como en la escuela, donde se hable del amor en toda su belleza, entre el hombre y la mujer, presentándolo en la poesía; una educación dirigida a crear familia, a aprender las misiones de padre y de madre, que no se contradicen con su profesión ni su trabajo.
Conozco a un rector de universidad en España que tiene dieciocho hijos con su esposa, y ella es una gran colaboradora suya en la universidad.
A. A.: Tener tantos hijos resulta económicamente insostenible, monseñor.
C. J. O.: Pero él y su esposa eligieron esa opción. Ella decía: «he colaborado con él embarazada, tengo mis hijos, paso un tiempo, y sigo». Aunque este es un caso especial, demuestra que la maternidad no relega a la mujer, ni la incapacita para apoyar a su marido. No creo que los caminos de la humanidad vayan por lo excepcional o por lo que se aparta del orden natural al que me he referido, y que debe ser siempre totalmente respetado, incluso sostenido cuando haya dificultades legales para que una persona pueda disponer de sus propias opciones. Pero cualquier cosa a la que se le llame familia o matrimonio, sin llegar a serlo realmente, no hace sino afectar a la familia.
En Cuba existe una gran preocupación por la familia en estos momentos. El cubano la valora mucho. Durante el verano estuve viendo un programa de Tele Yumurí, en Matanzas, sobre el valor que se le da a la familia. Es tan típicamente cubano ver la televisión en familia; hasta los hombres muchas veces sacrifican la pelota para ver otro programa.
A. A.: La telenovela.
C. J. O.: Exacto, se ve la novela en familia, a diferencia de un país muy desarrollado, donde cada uno tiene un televisor en su cuarto y se va a ver su programa. Incluso se reúne la familia para ver un DVD o un videocasette, y comentarlo en grupo. El cubano es muy familiar y hoy necesita mucho su familia.
A. A.: La limitación del presupuesto familiar también obliga, porque tener un televisor por habitación implica comprar varios televisores. Pero es cierto que hay esa tradición en Cuba, y que el lugar del televisor es la sala de la casa.
C. J. O.: Así es. La familia se sienta, hay un compartir familiar, y un apoyo que la familia brinda, una referencia continua. El hecho de que, por ejemplo, las escuelas secundarias cada vez más dejaron de estar en el campo, que quedan pocas ya, y que puedan volver los preuniversitarios un día a la ciudad, ayuda a la vida familiar. Me alegré mucho de ver el preuniversitario de Santiago de Cuba en la ciudad, el antiguo Colegio de los jesuitas, inaugurado por el propio Raúl Castro. Me parece un gran bien que esos jóvenes puedan estar en sus ciudades, donde hay una vida cultural que ellos muchas veces pueden perder en cierto sentido; y también estar con su familia en una
edad muy importante.
Todo lo que ayude a que la familia tenga cohesión es bueno; ella es querida por Dios, y es el primer sujeto de derecho para la Iglesia, pues educar a los hijos es un derecho de la familia antes que de ninguna otra institución; así como el de decidir los hijos que se tienen. Hacen falta legislaciones que no miren solo al individuo, sino a la familia. Para que esta crezca, hay que legislar pensando en favorecer a aquellas que tengan más hijos; si no, no puede crecer.
A. A.: Usted nos ha dado una disertación de educación moral. La dimensión ética ha sido un espacio tradicional de la espiritualidad religiosa. Quiero preguntarle entonces: ¿qué espacios debería cubrir la Iglesia católica en un futuro?
C. J. O.: Estuvimos hablando de los medios de comunicación. La presencia, por ejemplo, del Papa en el Via Crucis, durante la Semana Santa, se ha trasmitido por la televisión cubana dos años seguidos; así como la bendición del día de Navidad desde la plaza de San Pedro, con su felicitación al mundo. En general, podría haber una cobertura mayor en las noticias. Hay un aspecto que la Iglesia no puede nunca dejar a un lado: su derecho a educar; no solo la catequesis, sino la posibilidad de estar también presente, de algún modo, en los medios educativos del país. Esta posibilidad está menos cercana que, por ejemplo, el acceso más fluido a los medios de comunicación; pero es algo a lo cual no se puede renunciar. Esa es una batalla de la Iglesia en todo el mundo. Ella no aspira solo a acceder de algún modo a la educación cristiana de los niños en general, sino también a tener sus propios centros de educación.
Tenemos el Seminario, por ejemplo; institutos para las religiosas que se forman en Cuba. La Iglesia ortodoxa quiere crear una academia teológica aquí en La Habana, para sus estudiantes. Se trata de un proyecto muy específico, y es algo que está muy bien. No hay que pensar con esquemas del pasado, ni creer que la Iglesia pretende tener grandes colegios para las élites. Uno de los males del pasado fue justamente que al no tener ninguna subvención estatal, solamente los que podían pagar iban a la escuela católica, aunque en Cuba también existían escuelas católicas gratuitas. Cuando hay subvención estatal, puede haber algunos colegios especiales para niños
pobres, como en otros países de América Latina existen las escuelas Fe y Alegría.
A. A.: Jesuitas.
C. J. O.: Sí, es un proyecto fantástico, en el cual hay una participación y una posibilidad de estudiar para mucha gente. ¿Cuántos de los alumnos que tenemos aquí ahora para estudiar en la Escuela Latinoamericana de Medicina, o en otras escuelas, vienen de esas escuelas Fe y Alegría?
A. A.: Son precisamente de las capas más pobres de esa sociedad, que han tenido acceso a la educación gracias a las escuelas Fe y Alegría, eso es verdad.
C. J. O.: Lo que plantea la Iglesia no son retrocesos, sino novedades.
A. A.: Estaba mirando la maqueta del nuevo Seminario, que es muy reciente, pero me llama la atención que sea una instalación muy grande.
C. J. O.: Es muy grande, sí.
A. A.: ¿Hay algún plan de usarlo también para algunos cursos del laicado, para una instrucción que no sea solamente la de los seminaristas?
C. J. O.: No, es solo para los seminaristas. Lo que sí se utilizará para el laicado será el actual Seminario, que fue residencia de mi predecesor, el Cardenal Arteaga, pero que no será residencia, sino un centro de ciencias religiosas, filosófico-teológicas de estudios, con
el nombre de Félix Varela, que enseñó en ese Seminario. Tenemos ya un Instituto Félix Varela, donde hay muchos laicos estudiando, afiliado a la Universidad de Comillas, en España, algunos ya graduados en Ciencias Religiosas. Este viejo sitio del Seminario, que está en un punto céntrico de la ciudad, donde se puede concurrir fácilmente, se mantendrá como un símbolo de la cultura cubana, donde nació el pensamiento independentista, un centro cultural.
A. A.: En su homilía de clausura del XXXI CELAM, usted afirmó que «las situaciones de cristiandad, de Iglesia instalada, aceptada y escuchada con reverencia no existen ya en ningún lugar». ¿Cómo caracterizaría el lugar que ocupa hoy la Iglesia católica en la sociedad y en la cultura cubanas?
C. J. O.: Quizás fui un poco absoluto en esa expresión. Debería haber dicho «casi en ningún lugar». Pero es verdad que el mundo de la cristiandad ya pasó. Una de las grandes cosas del Concilio Vaticano II fue llegar en un momento en que ya aquel mundo de cristiandad llevaba un tiempo de haber sido muy disminuido en sus características. Para lanzar a la Iglesia al mundo tal y como es, «hay que abrir las ventanas», dijo el Papa Juan XXIII en el Concilio, «que el aire entre». Ha habido una laicidad y una secularización a veces normales, pero también un secularismo que se ha vuelto como una ideología, a veces muy intolerante, que recuerda posturas del cristianismo antiguo, pues no quiere darle espacios a la Iglesia para que se pronuncie, ni participe en nada. Esto ocurre, a veces, en países de antigua tradición cristiana. Se ha creado esta mentalidad, aunque no la apruebo, pues creo que la Iglesia debe ser aceptada y escuchada.
Por otra parte, la Iglesia nunca se debe sentir instalada en el mejor de los lugares al estar donde esté, con tal o cual sistema. Esto lo ha expresado muy claramente, pues la Iglesia no tiene que preferir un sistema en particular, como quizás pudo ocurrir en el pasado con la monarquía. Trátese de monarquía, tal tipo o tal otro de democracia o cualquier otro sistema de los que existen en el mundo, nosotros no podemos nunca instalarnos. La situación existente en la época de la cristiandad, cuando todo el mundo tenía como elemento de ciudadanía ser católico, ha pasado realmente de moda. Ahora bien, esto no significa que la Iglesia no pueda ser aceptada y escuchada. Como dice el Papa Benedicto XVI, no se puede sacar a Dios de la historia, ni del mundo; cuando se intenta, falta esa voz. No quiere decir que todos se identifiquen con ella, como en la época de la cristiandad, de asimilación total a lo que ella es y dice, excluyendo lo demás. Pero hay que escuchar a la Iglesia. La voz de la Iglesia se apagó durante mucho tiempo en nuestro país.
A. A.: ¿Y hoy es escuchada?
C. J. O.: No tenemos manera de medirlo para el conjunto de la sociedad. Aunque en determinados estratos, por ejemplo en nuestros reclamos normales a las autoridades, es más escuchada que antes. Aquí podemos mencionar nuevamente aspectos que han mejorado. Por ejemplo, la petición de que vengan misioneros o religiosas a trabajar pastoralmente en Cuba es aceptada hoy con relativa facilidad. Hay misioneros y misioneras de más de treinta nacionalidades distintas trabajando aquí. En cuanto a la sociedad en general, la disminución de agentes pastorales que se produjo después del triunfo de la Revolución hizo menos actuante a la Iglesia, y más difícil que pudiera ser escuchada. Sin embargo, podría decir que es aceptada con una cierta simpatía por el pueblo, si se tiene en cuenta la reacción de la gente cuando nos saluda en la calle; o nos pide la bendición al identificarnos como sacerdotes o religiosas. Se puede constatar esa simpatía cuando hacemos misión, y vamos de puerta en puerta; o cuando invitamos para un evento, como cuando se anunció la visita del Papa, y se iba por las casas, en la manera de recibirnos. El pueblo de Cuba acogió al Papa con un gran afecto y una cierta emotividad. Recuerdo las mañanas en que el Papa iba desde la Nunciatura hasta el aeropuerto para tomar el avión que lo llevaría a distintas provincias; fueron tres viajes, incluso en mañanas de lluvia, sin que el recorrido hubiera sido anunciado, y toda la calle estaba llena de gente hasta los bordes, esperando el paso del Papa y saludando con gran afecto.
A. A.: Usted no cree que la composición del clero y el episcopado cubano actuales, más jóvenes y renovados, también con una experiencia de recuperación de resortes de comunicación, ha contribuido a que hoy en día haya un mayor entendimiento y sean más fluidas las comunicaciones? ¿Cómo usted ve la evolución del clero actual?
C. J. O.: Sí, esto ha favorecido mucho. Los tiempos cambian, las personas, los métodos, y también las maneras de concebir las cosas. No hay nada peor que hacer historia con un fijismo que cuente los hechos ocurridos en tiempos más o menos remotos como si fueran actuales; es un error científico. Las personas que acumulan los hechos todos como si estuvieran en un presente, usualmente se equivocan en sus juicios, se paralizan en su actuar, viven como con una especie de estupor que no los deja negociar la vida presente, gestionar el mundo en que viven, porque están fijados. El momento actual de Cuba también es muy especial. Se ha iniciado una etapa de mucha reflexión y debate, que se hace notable en el pueblo, a veces en los medios electrónicos, aunque no en todos ni siempre, pero ahí está presente este aliento de cambio para que las cosas mejoren y crezca la felicidad en nuestro pueblo. Es un momento interesante, y lo miramos con esperanzas.
Notas
1. Citado por Manuel Fernández Santalices, Cronología histórica de
Cuba, 1492-2000, Ediciones Universal, Miami, 2001.
2. Óscar A. Rodríguez, «Prólogo» en Cardenal Jaime L. Ortega
Alamino, Te basta mi gracia, Ediciones Palabra, S.A., Madrid, 2002,
p. 11.
3. Ibídem, p. 924.
La revista Espacio Laical puede ser vista en www.espaciolaical.org
No comments:
Post a Comment